Epaminondas, o la ejecución mecánica de tareas

Hoy os traigo un cuento que me gusta mucho por su relación con multitud de situaciones que se dan en nuestro día a día. Aparte del aula, que también es muy gratificante, esto es algo que me encanta: «aprendizaje en acción» con aplicación directa al trabajo diario. Hablamos de cómo corregir / enseñar a alguien que aplica de manera mecánica a una nuevo problema la misma solución que en su día aplicó a otro similar, sin tener en cuenta las diferentes circunstancias. Ejemplos:

  • Una formación de técnicas comerciales no ha sido bien valorada por los destinatarios. Hablamos con el instructor y al revisar el desarrollo del curso, caemos en la cuenta de que como esta persona imparte habitualmente materias muy técnicas, ha usado la misma metodología expositiva (power point, lectura de artículos…) en lugar de recurrir una participativa, más acorde con la naturaleza del tema tratado (trabajos en grupo, role playing, etc.).
  • Nos extraña que un proceso de selección para un puesto directivo no esté dando frutos y nos reunimos con la persona encargada. Revisando el tema con ella, descubrimos que en lugar de recurrir a la vía de reclutamiento adecuada (consultora especializada en head hunting), se ha limitado a insertar un anuncio en el INEM, ya que es lo que suele hacer para el tipo de perfiles intermedios que selecciona habitualmente.

Etc. Seguro que se os ocurren multitud de ejemplos vividos en primera persona. Aquí tenéis el cuento, espero que lo disfrutéis, ¡y no olvidéis contestar la encuesta!

EPAMINONDAS

(Relato tradicional afroamericano recopilado en «El arte de contar cuentos» de Sara C. Bryant. Versión castellana de Marta Mata)

«Había una vez una buena mujer que sólo tenía un hijo. Como la buena mujer era muy pobre y no podía dar gran cosa a su hijo, quiso ponerle por lo menos un gran nombre. Por eso le llamó Epaminondas, que es el nombre de un antiguo general griego, muy famoso porque ganó dos célebres batallas. El niño tenía pues un nombre glorioso, pero no parecía que eso le importara demasiado. Su madrina le quería mucho y le daba alguna cosa cada vez que Epaminondas iba a visitarla.

EL BIZCOCHO. Un buen día la madrina le regaló un bizcocho.
– No lo pierdas, Epaminondas, no lo pierdas. Llévatelo a casa muy apretado – le dijo.
– No temas, madrina, no lo perderé – contestó Epaminondas.
Pero apretó la mano con tanta, tanta fuerza, que cuando llegó a casa ya no quedaban más que unas pocas migajas.
-¿Qué traes aquí, Epaminondas?
– Un bizcocho, madre.
-¡Un bizcocho! ¡Válgame Dios! ¿Qué has hecho de la inteligencia que te di cuando viniste al mundo? ¡Qué maneras son esas de llevar un bizcocho? Para llevar bien un bizcocho se envuelve, muy bien envuelto, en un papel de seda, y después se mete dentro del sombrero. Entonces te pones el sombrero y, muy despacio y muy derecho, para que no se te caiga, vienes tranquilamente a casa. ¿Has entendido?

– Sí, madre

LA MANTEQUILLA. A los pocos días fue otra vez a casa de su madrina y ésta le regaló un hermoso pedazo de mantequilla fresca para su madre. Epaminondas cogió la mantequilla, la envolvió en un papel de seda cuidadosamente y la puso dentro de su sombrero; luego se colocó el sombrero sobre la cabeza y empezó a andar hacia su casa, muy derecho y despacio. Era verano y el sol abrasaba; la mantequilla empezó a derretirse dentro del sombrero y goteaba por todas partes. Y cuando Epaminondas llegó a su casa la mantequilla no estaba «dentro. del sombrero, sinoencima de Epaminondas.
La madre, al verle, se echó las manos a la cabeza.
– ¡Epaminondas! ¿Qué traes aquí?
– Mantequilla, madre.
– ¿Mantequilla? ¡Válgame Dios, Epaminondas! ¿Qué has hecho de la inteligencia que te di cuando viniste al mundo? La mantequilla, para llevarla bien, tienes que envolverla en hojas frescas y, a lo largo del camino, la mojarás una y otra vez en todas las fuentes que veas hasta llegar a casa. ¿Has entendido?

– Sí, madre.

EL PERRITO. La vez siguiente, cuando Epaminondas fue a visitar a su madrina, le regaló un perrito muy mono. Epaminondas, ni corto ni perezoso, lo envolvió en unas grandes y frescas hojas, y por el camino lo fue mojando en todas las fuentes hasta llegar a casa; y cuando llegó el pobre perrito estaba medio muerto y tiritando.

– ¡Dios nos asista! ¿Epaminondas, hijo mío, qué traes aquí?
– Un perrito, madre.

– ¿Un perrito? Epaminondas, Epaminondas, ¿qué has hecho de la inteligencia que te di cuando viniste al mundo? Esta no es manera de llevar un perrito. Un perrito se lleva atándole una cuerda al cuello y tirando de ella con mucho cuidado, «así», para que el animalito ande. ¿Has entendido?
– Sí, madre – contestó Epaminondas.

EL PAN. Cuando volvió a casa de su madrina, la buena mujer le regaló un pan recién sacado del horno, crujiente y doradito.
Epaminondas le ató una cuerda, y tirando de él con mucho cuidado, «así» volvió a su casa.
– ¡Dios mío! ¿Qué traes aquí, Epaminondas, hijo mío?
– Un pan, madre, que me ha regalado mi madrina.
-¿Un pan? ¡Ay, Epaminondas, Epaminondas! No tienes ni así de inteligencia, ni nunca has tenido, ni nunca tendrás. Ni volverás a casa de tu madrina ni te explicaré nada ya. Desde ahora iré yo a todas partes.

LOS PASTELES. Al día siguiente su madre se preparó para ir a casa de su madrina y le dijo:
– Epaminondas, hijo mío, fíjate bien en lo que voy a decirte. Tú has visto que acabo de cocer en el horno seis pasteles y los he puesto sobre una tabla delante de la puerta, para que se enfríen. Vigila que no se los coma el gato y, si tienes que salir, mira bien cómo pasas por encima de ellos con cuidado.
– Sí, madre – contestó Epaminondas.
Y cuando Epaminondas quiso salir “miró muy bien cómo pasaba por encima de ellos con cuidado” – uno, dos, tres, cuatro, cinco…- mientras ponía exactamente los pies encima de cada pastel. ¿Y sabéis lo que pasó cuando volvió su madre? Nadie ha sabido explicármelo, pero a lo mejor vosotros lo adivináis. Lo que es seguro es que Epaminondas no probó aquellos pasteles.»

¿Por qué soy docente?

Antes que nada, debo puntualizar que en mi caso la docencia constituye tan solo una parte de esa profesión tan heterogénea conocida como los RRHH. Esto, lejos de constituir una limitación, me ha aportado una visión más amplia del tema, ya que me permite contemplar la formación no sólo desde el punto de vista estrictamente pedagógico (con todo lo gratificante que pueda ser el aula), sino también desde otra perspectiva. En el caso de, digamos, un profesor de instituto, la formación simplemente constituye la totalidad de su actividad y se da por supuesta. Pero en una empresa supone una inversión de recursos (tiempo, dinero…) que debe ser justificada, y por ello debemos hacernos constantemente preguntas como:

  • ¿Hemos realizado un buen diagnóstico de nuestras necesidades formativas?
  • ¿El problema es de formación (no sabe), de actitud (no quiere), o de otro tipo?
  • ¿Qué coste tendrá la formación? ¿El beneficio previsto justifica la inversión?
  • ¿Cuáles son los medios óptimos en cada caso? E-learning, recurrir a formación externa de entidades especializadas, asumirla nosotros, realizar una videoconferencia, un seminario, distribuir simplemente una ficha informativa…
  • ¿Cómo se va a recibir esa formación por parte del personal afectado? ¿Debe ir acompañada de algún mensaje? ¿Cómo vamos a medir los resultados? Etc., etc…

Os recomiendo una obra que aborda esta perspectiva, y que por práctica y bien enfocada se convirtió rápidamente en uno de mis libros de referencia, además de despertar mi vocación por la formación desde un punto de vista más integral y no tan mecánico (cuando somos novatos lo que nos preocupa es la pura competencia técnica: aprendernos muy bien los contenidos para impartirlos «sin meter la pata», pero no somos conscientes de cómo se inserta esa formación en la estrategia de la empresa) . A los docentes «puros» pueden resultaros chocantes conceptos como «transferencia de las prácticas ejemplares», «propuestas de valor añadido» o «redes de conocimientos»… pero si hacéis el esfuerzo sin duda expandirá vuestros horizontes.

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A modo de ilustración rápida del concepto, tenéis el siguiente vídeo en el que se explica la importancia de la formación en la empresa aunque desde un punto de vista negativo (relaciona los errores más comunes que se cometen).

 

Y ya dejando aparte esta perspectiva estratégica y descendiendo a lo personal, ¿qué es lo que hace que la formación nos enganche tanto? En mi opinión, la magia reside en conseguir la transformación de conductas o la adquisición de nuevas habilidades por parte del alumno. Pocas cosas hay más gratificantes que recibir el agradecimiento de alguien que era escéptico de inicio, pero que vuelve «enchufado» a su quehacer diario ante las nuevas posibilidades que se le abren. Y no digamos ya cuando comprueba de primera mano los resultados y viene ilusionado a contárnoslo…

Con esta pasión probablemente común a todos los docentes, estoy seguro de que compartiremos ideas interesantes en este blog que nace aquí y ahora. Espero vuestras opiniones. ¡Bienvenidos!.